Nos conocimos en la escuela militar para niños; éramos tres: Aquiles, el bravo; Patroclo, el valiente; y yo, el pensador; tres inseparables amigos que a los siete años, tras la primera batalla campal de eliminatoria, al vernos aún de pie tras puñetazos, patadas y escupitajos, nos juramos amistad eterna, defendernos a muerte en el campo de batalla, cuidar a los nuestros y nunca olvidar que luchando unidos multiplicaríamos nuestras oportunidades de vivir, al menos un poco más de lo programado en aquellos tiempos de guerra.
Nuestra amistad pronto se vio reforzada, ya que los tres fuimos mandados al mismo centro de enseñanza militar. Cuando tenía siete años de edad, días después de la prueba de aptitudes como guerrero en la que resulté victorioso al lado de Aquiles y Patroclo, una escuadra militar visitó mi casa. Fue el comienzo de una vida llena de aventuras.